martes, 8 de diciembre de 2015

Bares, historias

Trabajar en la noche tiene algo especial, el variopinto marco de gente que pasa por tus manos en menos horas que las que tardas en entrar y salir de la facultad. En ese pequeño bar de la calle Ponzano, con su estilo moderno y sus gentes de traje pidiendo copas con sabores amargos escuchas en la barra las vidas de más desconocidos que conocidos, las confidencias más vergonzosas que se cuentan entre alcoholes y con amigos. Eres cómplice de las infidelidades y de las nuevas historias de amor que comienzan con una cita y dos cervezas, el amor prematuro de la juventud y el matrimonio de bodas de plata que permanece junto frente a las tempestades del tiempo. Formas parte sin quererlo de las rupturas desgarradoras que separan la vida de dos personas para siempre. 


Sirves comida al político egoísta y a su mujer abandonada por la carne de pechos más jóvenes, y a veces, sin haber cruzado nunca una palabra te sientes parte de la vida de los que ya son clientes habituales con la necesidad, casi la obligación auto proclamada de aconsejarles en sus desventuras diarias. 

Ser camarera tiene algo más que ver con la sonrisa que con la elaboración coctelera, estar sin estar, oír sin escuchar. Guardar secretos

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