Me he metido en un pozo oscuro del que hoy no sé si quiero
salirme.
Han sido tantos días de hiperactividad, que quizá ahora todos los
trocitos de tristeza que se distribuyen uno a cada día, hace tantos días
seguidos que llevo sin sentirlos, que han decidido venir a
visitarme juntos hoy. Llevo todo el día con la lágrima en el rabillo del ojo,
una desazón profunda.
Días en los que nada te apetece, son de esos en los que no brilla
el sol porque está muy lejos: a unas 50 calles de mi casa, escondiéndose en el único
río madrileño que hoy suelta un frío gélido, terrible.
Pesa, pesa como hormigón este desconsuelo que no me deja retener
las ganas. Es de esos días en los que no puedo dejar de llorar no importa cuan
fuerte lo intente, en los que me siento desgraciada hasta por ser feliz y que
desearía que todo se acabase.
Mi sol hoy sería una palabra, pero en realidad no la quiero, ya
no la quiero, no, los rallos del sol no me sirven. No los quiero.
“No me acuerdo de vos, tengo
muy mala memoria, ¿quién eras? ¿El marinero de Toronto Star, el de la Habana
Maru, el astronauta enamorado de Benedetti? No me acuerdo. La esperanza tan
dulce, tan pulida, tan triste, la promesa tan leve no me sirve. No me sirve tan
mansa la esperanza, la rabia tan sumisa, tan débil, tan humilde, el furor tan
prudente no me sirve. No me sirve tan sabia, tanta rabia.
No me quieras. Por favor
no me quieras, no me quieras, no me quieras.”
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