jueves, 3 de diciembre de 2015

Batallas

Me dicen que soy una persona difícil de conocer, que cambio mis argumentos regularmente, que no sigo líneas rectas y es que las líneas curvas me parecen más perfectas. Discutíamos, demoledoramente, a gritos, a medias, a rastras nos encontraba la noche y el sueño, me gusta discutir. Siempre me ha gustado, es por la adrenalina y por la fluidez con la que salen las palabras como una tormenta de ideas que se pisan unas a otras. Me encanta discutir y que se me rompa el corazón y sentir esa angustia en el estómago, llorar a mares, gritar a voces, otorgar callando. 

Me gusta como la niña que soy diariamente se retuerce y se enrabieta, como me cambia la postura, con los hombros atrás, la barbilla alta, la mirada encendida de rabia, la voz ronca en esas palabras que te salen de dentro no porque estuviesen premeditadas sino porque nacen y necesitan morir en tus oídos. La adrenalina.

Y eran momentos magníficos, como dos bestias levantadas que chocan y hacen temblar el suelo, toda la grandeza en un momento. Si te demostraba que te quería, era en aquellas peleas.

Fue espléndido, pasional, conmovedor. También lo fueron los momentos de dulzura, el primer beso en el portal de Sabina, el primer beso con testigos: la primera declaración de amor fue sin palabras.

Gracias por haberme dedicado tanto tiempo, por haberme echo tu musa y hacerme sentir única, bonita. Gracias por las horas, por sonreírme, te agradezco que hayas sido mi cómplice y sobretodo mi confidente. Por enseñarme el auténtico significado de la ternura.

Gracias por discutir conmigo, nuestra guerra fue mi vida.



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