Enamorar, es un proceso delicado y cuidadoso para el que
cada uno sigue una determinada estrategia. Pero enamorarse se hace sin sentido,
sin premeditación, sin intención ni expectativas.
A mi me sedujiste con palabras, con poemas, luego con las
sonrisas que prolongaban el movimiento de tus labios al recitarlas mientras
mirabas mis mejillas, me encandilaste con promesas, con cumplidos, con tus ojos
vidriosos a punto de romper el charco que los forma al decir cosas como que “diciembre
se calentaba únicamente con la mirada de dos enamorados”, y yo, que de incrédula
pasé a creerte, y de libre pase a ser tu prisionera, me enamoré de esas
palabras, de tu justicia, de tu “yo no me callo” y de ese compromiso que tienes
con el mundo y no te paga. Y claro, me volví indefensa.
El problema de enamorarse es ser vulnerable, es querer
sin ojos, es abrazar el aire. El riesgo de la estrategia de quien enamora es
que sea capaz de enamorar a su objetivo, de encerrarlo bajo llave, de guardarlo
y de olvidarlo, mientras que lo condena a morir de sed de una fuente de
atenciones que se va agotando.
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