Hoy he soñado contigo y en el metro por la mañana recordando el
sueño me he echado a reír.
No puedo dar detalles ya sabes como son los sueños, pero recuerdo
que estábamos en la puerta de cualquier lado fumando en grupo, que me miraste
y sonreíste. No con dobles intenciones ni una sonrisa de rencor ni de
superioridad ni con tristeza, simplemente sonreías. Yo estaba sentada en el
bordillo de cualquier parte más apartada y a mi lado un amigo tuyo revolviendo
papeles dentro de la mochila que parecía no tener fondo.
Te acercaste con esa sutileza que utilizábamos antaño cuando
escondíamos nuestra relación del mundo y me diste un libro y una bolsa de
golosinas, se me iluminó la cara, por tu atención hacia mi, por la esperanza
que parecía dormida, expectativas.
Tu amigo levanto la cabeza de su mochila e hizo un comentario
aleatorio sobre el libro y yo no dejaba de mirar la bolsa de chuches como una
niña. Me encantó esa sutileza.
Hoy en el metro me he dado cuenta de lo ridículo del sueño, de la
lección tan clara que me daba: he intentado recordar el título y me ha parecido
imposible.
Cuánta discusión hubiese suscitado que yo me fijara en la bolsa de golosinas pero tu regalo fuese el libro. Qué de diferencias estúpidas nos separaban de la libertad de una relación estable. Cuánta tontería. Cuántos reproches.
Tampoco sabré nunca cuál fue el libro, ni cuáles las intenciones.
Cuánta discusión hubiese suscitado que yo me fijara en la bolsa de golosinas pero tu regalo fuese el libro. Qué de diferencias estúpidas nos separaban de la libertad de una relación estable. Cuánta tontería. Cuántos reproches.
Tampoco sabré nunca cuál fue el libro, ni cuáles las intenciones.
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