martes, 13 de octubre de 2015

Espía por respuestas



Me encanta despertarme en casa ajena, en su casa. Preguntarte entre legañas si me puedo hacer el desayuno y me eches de la cama con un gruñido cariñoso. Eso es: fuera de la cama.

Me encanta madrugar, soy de las que madruga, de las que le gusta que el día empiece pronto, pero sobretodo adoro madrugar en su casa, mendigar en zapatillas por las habitaciones y sentirme un poco intrusa, un poco espía mientras analizo cada foto haciendo reconocimiento facial de todos los individuos que las habitan. Ojear  libros y de vez en cuando abrir un cajón y ver que secretos guardan, descubrir por qué somos tan distintos y por qué lo quiero. Todas las mañanas aquí (casi siempre de Sábado o de Domingo) tengo la extraña necesidad de saber por qué él es así, el por qué de sus expresiones, el por qué de sus gestos, el por qué de su forma de besar. Saber quién lo enseño a pensar, quién le regaló sus valores, quién habita sus buenos recuerdos.

Soy una persona que suele oler a desayuno, soy amante del café, de la fruta y las tostadas, del zumo de naranja y todo lo que implica comenzar el día con buena cara. Lo extraño de hacer tus actividades cotidianas en una cocina ajena, en un pijama bonito que dejas a propósito para que también te vea guapa por las mañanas es que todo sabe mejor que al prepararlo en casa. Y una vez hecho, vuelvo a mi tarea de espía, y ojeo papeles sin importancia y las típicas cosas sin sentido que guardamos por el solo hecho de no tirarlas. Objetos con una forma extraña que seguramente fueron parte de aquél aparato que se rompió, se le calló la pieza pero funciona y aún así lo guardamos “por si acaso”. Son los tesoros de cada estantería. El ojo se desvía a las plantas y comparas y te preguntas ¿Por qué esas plantas? ¿Por qué no otras?  Porque las cosas más ridículas nos hacen tan especiales, y cuando un detalle, una foto, un objeto, un recuerdo quizá compartido contigo aparece de repente, entonces es cuando ya no puedes seguir. Y vuelves a la cama, y te acurrucas, lo besas y lo dejas dormir. Porque da igual cuales fueron las razones, ni como se formó semejante criatura, no importa porque comparte tu cama, comparte tu risa, y es él el que habita tus mejores recuerdos.


Escrito casi en otoño, hoy 355 días después, quizá aun te haga cosquillas saber qué hacia cuando retozabas.

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