lunes, 19 de octubre de 2015

Mío. Tuyo. Nuestro.

La cuestión de la propiedad es complicada, determinar hasta dónde alcanza la influencia de un ser humano sobre otro es complicado. 

Una feminista diría que la propiedad de un hombre sobre una mujer no debería existir, pero no me convencen.  ¿Y la propiedad de una mujer sobre un hombre? Yo le considero mío. 

Y si las cadenas nos las ponemos a nosotros mismos (me las puse yo como se las puso él conmigo), de forma consciente, voluntaria y de buena gana, entonces si es así yo quiero vivir encadena a su pecho. 

Las esposas , que agarran de forma imaginaria tus muñecas no son más que el resultado de la confianza extendida a todos los ámbitos de la vida de la persona con la que compartes tu vida o intentas hacerlo, son las palabras que las forjan, los recuerdos que las enfrían y las hacen endurecer hasta hacerse frágiles pero sólidas. 

A tu compañero, sin palabras le prometes no echar a volar y acabar en otro nido, no echar a volar y desde el aire arrojar todos los secretos que en confidencia habéis contado, la propiedad es eso, es permanecer de forma voluntaria en el poder que tiene el otro para destrozarte la vida y olvidarte de que tal disposición fue voluntaria para dejarte hacer y ser. Y es real, es real hasta que se expresa abiertamente que has roto las cadenas que te unen a su cuerpo, ahí ya no hay nada que hacer. 
Se echa a volar, sin compañero.


"-Tengo dueña? -Si, -por qué? -Porque me moriría si te veo con otra, porque te quiero y eso me da cierta propiedad sobre ti, porque creo que me quieres y eso me hace un poco más propietaria de ti"



Otro secreto relato que se escribió junto a un gato que por la mañana me hablaba de ti.

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