La cuestión de la propiedad es
complicada, determinar hasta dónde alcanza la influencia de un ser humano sobre
otro es complicado.
Una feminista diría que la propiedad de
un hombre sobre una mujer no debería existir, pero no me convencen. ¿Y la
propiedad de una mujer sobre un hombre? Yo le considero mío.
Y si las cadenas nos las ponemos a
nosotros mismos (me las puse yo como se las puso él conmigo), de forma
consciente, voluntaria y de buena gana, entonces si es así yo quiero vivir
encadena a su pecho.
Las esposas , que agarran de forma
imaginaria tus muñecas no son más que el resultado de la confianza extendida a
todos los ámbitos de la vida de la persona con la que compartes tu vida o
intentas hacerlo, son las palabras que las forjan, los recuerdos que las enfrían
y las hacen endurecer hasta hacerse frágiles pero sólidas.
A tu compañero, sin palabras le prometes
no echar a volar y acabar en otro nido, no echar a volar y desde el aire
arrojar todos los secretos que en confidencia habéis contado, la propiedad es
eso, es permanecer de forma voluntaria en el poder que tiene el otro para
destrozarte la vida y olvidarte de que tal disposición fue voluntaria para
dejarte hacer y ser. Y es real, es real hasta que se expresa abiertamente que
has roto las cadenas que te unen a su cuerpo, ahí ya no hay nada que
hacer.
Se echa a volar, sin compañero.
"-Tengo dueña? -Si, -por qué? -Porque
me moriría si te veo con otra, porque te quiero y eso me da cierta propiedad
sobre ti, porque creo que me quieres y eso me hace un poco más propietaria de ti"
Otro secreto relato que se escribió junto a un gato que por la mañana me hablaba de ti.
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