Hay que tener agallas para nadar contra corriente, las he
necesitado reunir durante semanas para ignorar a la razón y dejar a mi corazón
hacer un poco el capullo. Ahora sé que no volveré a abrir el abanico ya elegí
una opción y la llevé a cabo. Me he plantado delante tuya para romper el
silencio que nos cubría, me has llamado la atención por ser tan testaruda. Qué
le voy a hacer si hay cosas que no cambian.
He recibido otra bala en forma de rechazo, me he cubierto con el
escudo de la resignación. No negaré que necesité esta mañana más control sobre
mi cuerpo del que nunca pensé que tendría para no inclinarme más y luchar
contra la atracción que aun siento si te tengo delante. Centré la mente en
mantener mis dedos quietos hasta que me hice muescas en la rodilla, no los acerqué a tu mano rompiendo un límite por el que me hubieras odiado. No volveré a
llamarte, no volveré a tocarte, no volveré a forzar la despedida. Sé todo lo
que necesito saber, que te quiero, que me quieres, que nos marcamos las vidas cruel
y maravillosamente, pero que nos ganó más el miedo y que hay guerras que no se
pueden ganar.
Hoy, cuando deje de temblar me quitaré la ropa, me meteré en la
ducha y espantaré un poco esta sensación de vacío. Hoy comienza otra fase en la
que aprenderé a hacer sola las cosas que hacía contigo, no quiero guardar en un
cajón mis sitios preferidos de Madrid ni no tocar algunos libros, no tengo
malas palabras para ti, fuiste y sé que siempre serás la sorpresa, la
imprevista apuesta ganadora, mi lado más bohemio, más sencillo y más bonito.
En lugar de huir del recuerdo voy a dejar que me acaricie, haré
las paces con él en lugar de esconderlo, le pediré consejo, me dará lecciones y
quizá algún día sepamos convivir ambos: mi presente y mi pasado.
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